Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

lunes, 1 de abril de 2013

El arenque rojo


EL ARENQUE ROJO
Gonzalo Moure
Alicia Varela
Editorial SM. Madrid, 2012


            
           Según cierta tradición popular, el fuerte olor del pescado sirve para distraer a los perros de caza de su objetivo. De ahí que sea el arenque rojo la pista falsa que el ojo del lector –con su distraída mirada- siga a través de estas páginas. Es como la zanahoria tras la que va el asno en su ineludible y cansino caminar alrededor de la noria o el MacGuffin que utilizaba Alfred Hitchcock con la intención de dirigir la atención del espectador hacia un elemento que lo despistara de la trama principal, de la línea recta que pudiera llevarle antes de tiempo al desenlace del relato. También el arenque rojo es el argumento tramposo que alguien introduce en la discusión para confundirnos, con el objetivo de que aceptemos esa falacia como prueba de la presunta bondad de su tesis.
            Gonzalo Moure (autor de los textos)  y Alicia Varela (ilustradora) no pretenden utilizar la engañifa del arenque rojo para que el lector –o mejor dicho, el veedor de las láminas- se deje llevar por su visión traicionera y olvide así el curso del relato, sino precisamente que su presencia en cada página no suponga más que una anécdota o un hilo apenas perceptible, incapaz de distraerle del resto de las historias que pueblan el libro. Historias que no se cuentan, que no están escritas en las páginas de un libro que sólo tiene ilustraciones para ser imaginadas. Un libro que es una ventana abierta a un parque donde va pasando el tiempo –van pasando las páginas- mientras el espectador –el lector-veedor- va descubriendo la historia oculta que hay tras cada personaje, cada postura y cada gesto. 


               Ese descubrimiento no tiene que ver con la presunta verdad de lo que sucede en el parque, sino más bien con la exploración interior que el “lector” de imágenes debe hacer para inventar su propio relato. La original propuesta de Moure y Varela es que el lector sea el escritor de los cuentos que cada personaje, es decir, cada uno de nosotros, lleva consigo. Así, podemos fijarnos en el músico que toca la flauta, en el ciclista que lleva una maceta en su bici, en la chica que medita junto a un árbol, en la niña que mira embelesada su globo azul, en el perro que sonríe al ser fotografiado, en la nube que llueve sobre un paraguas abierto, en la viejecita del bastón o en el tobogán vacío. Cada historia puede seguir en la próxima página, se mezcla con otra historia o simplemente desaparece antes de llegar al final del libro, donde en un sobre cerrado el lector encontrará lo que ha escrito Gonzalo Moure sobre lo que acabamos de ver. Seguramente sus relatos no coincidirán con los que nosotros hemos imaginado y nos sorprendamos al leer “Una flor en el suelo”, “La mujer que se sentía vieja antes de tiempo” o “El joven poeta que leía versos ingrávidos”, pero su mirada –como la nuestra- habrá vencido el poder del arenque rojo, aquel que se empeña en distraernos para no ver las historias -las vidas- que continuamente suceden a nuestro alrededor. 

(Publicado en la revista digital Literarias el 1 de abril de 2013)


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